Reflexiones sobre la televisión

Dada la inmensa magnitud que posee, quizá sólo comparable con la armamentística, la industria de la comunicación, desde hace varias décadas, se nos descubre como un sector productivo dotado de una dinámica económica específica, ante la cual los Estados nacionales carecen, algunas veces más, algunas veces menos, de margen de maniobra: parecerían condenados, irremediablemente, a subirse al frenético tren de las prioridades económicas, y con suerte, procurar ocupar alguno de los vagones preferenciales.

Es indudable que, pese al fenómeno de la Internet, la televisión todavía conserva su posición de ámbito crucial desde el que se origina buena parte de la cultura contemporánea. Cuando me refiero a las “prioridades económicas”, sólo estoy poniendo de manifiesto una realidad asequible a cualquier televidente: las grandes cadenas televisivas de todo el mundo atienden un criterio exclusivamente económico a la hora de establecer sus programaciones. En otras palabras, garantizar la mayor rentabilidad posible, maximizar beneficios, son los ejes centrales sobre los que giran las decisiones que configuran el discurso televisivo que prevalece en los hogares. Tratándose de cadenas de capital privado la constatación de tales pautas no debería ser motivo de extrañeza para nadie. Sin embargo, cuando ingresamos en el –fangoso– terreno de las televisoras estatales, que teóricamente deberían actuar a modo de servicio público, no sometidas a las exigencias propias del mercado, priorizando la consecución de diversos fines culturales, educativos y sociales, caemos en la cuenta de que la existencia paralela de las cadenas privadas y la lógica que éstas imponen, de algún modo obliga a las emisoras de origen estatal a dejar de lado o, cuando menos, a postergar la búsqueda de esas metas, para combatir dentro del mercado, donde todo vale, diseñando una grilla de programación similar a la de las empresas privadas, pues de lo contrario corren el riesgo de perder la audiencia. En síntesis, arribamos a la conclusión de que hasta los canales de televisión estatales, en mayor o menor medida, terminan por ceder, y se rigen por parámetros propiamente económicos cuando diagraman sus contenidos.

Evidentemente, tal fenómeno, que no es novedoso ni mucho menos, sólo puede traer consecuencias perniciosas, como que las personas se han acostumbrado a atiborrarse de información irrelevante, tal vez como efecto de cierto estilo de periodismo ligero, de lo efímero, superficial, que prevalece en nuestros días.

Y así llegamos a otro aspecto inherente a la televisión, entre otros medios de comunicación: la manipulación de la realidad. Quien haya tenido la oportunidad de presenciar un partido de fútbol en el rol de espectador (existen jugadores cuyo papel dentro del campo de juego también se reduce a la inactividad, a la mera presencia física, pero esa es otra historia) podrá dar por cierto lo que refería Umberto Eco en su libro La estrategia de la ilusión, al afirmar que en un conjunto de cámaras que transmite un evento deportivo como el fútbol, al fin de cuentas, opera una selección de los hechos, esto es, se enfocan ciertas acciones al tiempo que se omiten otras, se intercalan tomas del publico en menoscabo del juego y viceversa, se encuadra el terreno de juego desde decenas de perspectivas determinadas y opuestas. En suma, interpreta, nos ofrece un partido visto por el realizador del programa y no un partido en sí. Avalando la conclusión del maestro italiano, me permitiré agregar otro factor nada despreciable a la hora de comprender no tan sólo las transmisiones futbolísticas, sino la televisión en su totalidad: el uso incesante de la repetición, vale decir, de la redundancia, como agente de fijación, de consolidación: no es casual que las imágenes nos invadan, nos abrumen una y otra vez como símbolos redundantes del progreso.

Cuando se habla de estas “menudencias”, como es sabido, casi de forma inevitable se menciona como antecedente entre admirable y pasmoso, la proeza artística de Orson Welles: hacerles creer a los radioescuchas estadounidense –aun cuando les había advertido que se trataba de una teatralización– que la primera potencia mundial había sido invadida por extraños seres provenientes de otro planeta. Se trata pues del debilitamiento, de la inversión y desfiguración de la realidad: los medios de comunicación en general, y la televisión en particular entendidos como ámbitos donde se reelabora la realidad. Eco asevera que entra en crisis la relación de verdad factual sobre la que reposaba la dicotomía entre programas de información y programas de ficción, y esta crisis tiende cada vez más a implicar a la televisión en su conjunto, transformándola de “vehículo de hechos” en “aparato para la producción de hechos”, es decir, de espejo de la realidad pasa a ser productora de la realidad.

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9 respuestas a Reflexiones sobre la televisión

  1. kleefeld dijo:

    Interesante texto, Clau.

    Totalmente de acuerdo en lo concerniente a la manipulación de información en los partidos de fútbol y en la televisión en general. Y en todo, de hecho: periódicos, libros, arte, educación… Todo se prioriza en cierto modo por encima de otras cosas, lo que puede llevar, obviamente, a ignorar algo en beneficio de otro algo. Pero es que, en realidad, la misma cualidad de ser ya implica que no eres no-ser. ¿Podríamos decir, por lo tanto, que nuestra existencia es ya de por sí sólo interpretación?

    Lo siento, sé que tu intención no era perderte por estos derroteros.:-P

    Respecto al tema en cuestión diré: La tele es una mierda, menos cuando no lo es. Eso quería decir yo. :-P

  2. avellanal dijo:

    Gracias por escribir que mi texto es interesante, Kleefeld. :D

    Doy por sentado que te refieres a «interpretación» entendida como concepción o visión personal. La distinción, creo yo, es que cuando esa interpretación trasciende, se hace pública, por medio de la televisión u otro medio masivo de comunicación, llegando a millones de hogares, de algún modo termina por objetivarse, del mismo modo que un jurisconsulto interpreta tal ley en un sentido y no en otro, y en adelante resuelve sus casos en virtud de esa apreciación personal que, a través de las sentencias, se hace extensible al resto de la sociedad. Con esto quiero decir que la televisión cumple, o debería cumplir, una función pública, y por lo tanto sus contenidos deberían ser estipulados con un mayor grado de responsabilidad y compromiso social, porque me parece una verdad irreprochable que no todas las interpretaciones son igual de valiosas. Cuando un canal público -pongamos- deja de mostrar entrevistas a importantes personajes de la cultura local o grandes películas de la historia del cine, en pos de llenar ese espacio con un programa que retrata las intimidades de la farándula, dado que tiene mayores niveles de audiencia, estamos en problemas.

    En realidad, tal como planteaba Eco -hace varios años ya-, la cuestión pasa por tomar la televisión y los medios de comunicación como aspectos fundamentales para comprender mejor en qué consiste la posmodernidad en la aún que estamos inmersos. Por ejemplo, el que cada vez haya más medios accesibles para poder comunicarse de forma tan rápida y fácil, ¿ha logrado terminar con el flagelo de la soledad? Es patente que no. Y precisamente una de las características de la tele es que las cosas parecen más ciertas después de salir en ella, se tiende a mirar la «realidad» a través de la televisión, las personas «existen más» al pasar por la pantalla.

    Y me he metido en un berenjenal…

  3. pads dijo:

    La tele está cada día peor, al menos en España. La distorsión de la realidad toma tintes grotescos: las noticias cada vez se ocupan menos de verdaderas noticias, para ser fagocitadas por el fútbol, y diversas historias sensacionalistas, entre lo amarillo y lo negro. Todo es fútbol, crónica negra y prensa del corazón.

    Respecto a esto:»la industria de la comunicación, desde hace varias décadas, se nos descubre como un sector productivo dotado de una dinámica económica específica, ante la cual los estados nacionales carecen, algunas veces más, algunas veces menos, de margen de maniobra: parecerían condenados, irremediablemente, a subirse al frenético tren de las prioridades económicas»

    Lamentablemente, esto es también muy cierto, con el gobierno haciendo leyes «ad hoc» para entidades como SGAE, como el famoso canon, o bien haciendo de esa entidad una «caja negra» al margen de cualquier control fiscal

  4. Facu dijo:

    Yo estoy muy de acuerdo también con las consideraciones generales del texto. En Argentina en líneas generales sucede exactamente eso porque no estamos exentos de lo que ocurre a nivel mundial, pero también quería decir y estoy seguro que vos estás de acuerdo, que el canal estatal ha mejorado un montón en los últimos tiempos.

  5. thermidor dijo:

    La televisión-y aquí incluyo la de capital privado- debe cumplir una serie de normas para poder emitir. Están ocupando una parte del espectro radioeléctrico, y eso no es gratis. Se deben a la sociedad que las deja operar, como debería pasar con cualquier empresa, da igual su condición.

    Las televisiones tienen fijada por ley una franja infantil(o protegida) que se saltan a la torera menos los de carácter temáticos tipo Cartoon Network o Disney. Las televisiones se ven sujetas a una serie de normas, y todos sabemos que las ignoran.

    Llámenlo censura si quieren, pero es sencillo: no cumples, no emites.

  6. Germán Ricoy dijo:

    Tras tus interesantes reflexiones subyace una idea que sería interesante desarrollar por alguien que estuviera más capacitado que yo para tales disquisiciones y es que: si la realidad deviene espectáculo, alguien tendrá que escribir los guiones.

    ¿O no nos parece sospechosa la sobredosis de «emoción» que en los últimos años subyace a la producción de casi cualquier tipo de acontecimiento? Campeonatos deportivos de toda índole, concursos musicales, elecciones políticas, intervenciones militares… todos se deciden en el último momento, con la atención de audiencias millonarias suspendida sobre el cristal de irrealidad en el que se proyectan los delirios del poder.

    El Show de Truman, por decirlo con palabras de Homer Simpson, se convierte cada día más en un documental.

  7. avellanal dijo:

    Es obvio que si tú no estás capacitado para desarrollar tales disquisiciones, menos lo estará un servidor. :P Pero sí, en efecto, algo de eso hay tras toda esta maraña de pareceres no del todo conexos. Y la referencia a la película de Peter Weir, sin duda, es muy ilustrativa al respecto.

    Por otro lado, como dice Zygmunt Bauman en el libro que estoy leyendo por estos días, el auge de los medios de comunicación de masas ha llevado a que, a diferencia del Panóptico de Foucault, en el Sinóptico, los locales observen a los globales: «la autoridad de estos últimos está asegurada por su misma lejanía; los globales están literalmente fuera de este mundo, pero revolotean sobre los mundos de los locales de modo mucho más visible, constante y llamativo que los ángeles sobre el antiguo mundo cristiano: simultáneamente visibles e inaccesibles, excelsos y mundanos, muy superiores pero dejando un ejemplo luminoso para que los inferiores lo sigan o sueñen con seguirlo; admirados y codiciados: una realeza que guía en lugar de gobernar».

  8. Germán Ricoy dijo:

    Curioso que nombres el Panóptico, acerca del que cabría recordar que se planteaba como el centro penitenciario ideal, según lo imaginó Bentham. Tal vez la visibilidad total sea el perfecto modelo de control absoluto o tal vez una nueva faceta del espejismo que llamamos libertad. Sea como fuere, tal vez haya que recordar lo obvio, y es que los medios de comunicación no son más que eso: medios.

  9. avellanal dijo:

    Gracias por sanear mi olvido, Germán, y mencionar a Bentham, que es en verdad el diseñador del Panóptico. Eso sí, Foucault se valió del diseño para crear una metáfora acerca de los poderes controladores y realizar interpretaciones que iban más allá de lo meramente penitenciario. Y si seguimos atando cabos, y relacionamos el Panóptico con la literatura, podemos llegar hasta, lógicamente, «1984» de Orwell, y también a la menos conocida, pero igualmente prodigiosa, «Nosotros» del ruso Yevgeni Zamiatin, distopía en la que las paredes de las viviendas de los ciudadanos eran íntegramente de vidrio.

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