El mundo sigue viviendo equivocado

Vaya uno a saber por qué, pero en mi vida nunca leí con asiduidad historias gráficas, salvo a Fontanarrosa. Y digo Fontanarrosa, porque más allá de que se tratare de Inodoro Pereyra o Boggie el Aceitoso, sus dos personajes centrales, en esencia estaba leyendo a Fontanarrosa; leía dicho género solamente porque se trataba de Fontanarrosa, como permitiéndome una excepción a mi caprichosa (e irracional) regla. Me entristece pensar que a partir del reciente 20 de julio, ya no volveré a disfrutar de historia gráfica alguna.

Pero el Negro no era exclusivamente un inigualable dibujante y humorista gráfico, sino que, por medio de sus cuentos y novelas, concibió una obra literaria que, al mismo tiempo, rinde culto y parodia al lenguaje popular, al habla cotidiana. Como escuché decir por estos días, sus tres novelas y varios libros de cuentos perfectamente podrían entenderse como el primer tratado sociológico en clave humorística sobre la idiosincrasia del argentino promedio.

Nacido en su amada ciudad de Rosario, la misma que nos legó a otro de los grandes humoristas populares argentinos de todos los tiempos, Fontanarrosa nunca terminó sus estudios secundarios. Su desopilante manera de hacer reír, de hecho, está enfrentada con lo académico, con lo pomposo. Le causaba gracia que últimamente lo comenzaran a considerar, desde ciertos sectores, como un intelectual, y no tenía inconvenientes en declarar a viva voz que nunca había conseguido terminar de leer El Quijote. Decía: Todas esas instituciones que son altamente pomposas –el Ejército, la Iglesia, los círculos intelectuales– se prestan para cagarse de risa un rato. Aun así, en su biblioteca convivían sin belicosidad, Borges con Soriano, Savater con Boris Vian, Galeano con John Irving. Y es que en el fondo, el Negro simbolizaba esa riquísima mezcla entre lo popular y lo cultural.

Su otra gran pasión tenía una forma redondeada. Alejado de los círculos elitistas que desprecian al fútbol, Fontanarrosa era, con todas las de la ley, un verdadero y orgulloso futbolero. Algunos de sus cuentos –como Memorias de un wing derecho, que parece narrar las evocaciones de un avezado número siete que tiene más goles que Pelé, pero que, en verdad, son las reminiscencias de un muñeco de metegol–, se hacen eco de las escenas que se repiten domingo a domingo en miles de pueblos argentinos, captando con precisión y picaresca los sueños, frustraciones y alegrías que dicho deporte despierta en el hincha, es decir, en esa compleja construcción identitaria nacional.

Quizá su irrupción mediática más rutilante y recordada, a la postre, sea la hilarante defensa de las malas palabras que realizó ante la Real Academia Española, en el Congreso de la Lengua, y ante la atónita mirada de los reyes, que habrán pensado: ¿de dónde sacaron a éste loco? En dicha ocasión se dirigió al director del mencionado organismo, llamándolo Víctor García, a secas, pues pronunciar su nombre completo (Víctor García de la Concha) hubiese significado una grosería de su parte, según explicó entonces, entre risas. En aquel discurso de cierre, pidió una amnistía para las palabras proscriptas: Hay palabras, palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas, que puede ser un utilero de fútbol, que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza, está en la letra t. Analicémoslo –anoten las maestras–: está en la letra t, puesto que no es lo mismo decir zonzo que decir peloTudo.

Causa angustia, auténtica angustia, que un hombre que supo quitar una sonrisa a millones de personas cada mañana, incluso en los momentos más conflictivos y aciagos que atravesó la Argentina en los últimos tiempos; que un artista de talento inagotable que consiguió convertir el lenguaje coloquial en melodía literaria; que una persona que ironizaba constantemente, con sus viñetas de actualidad, pero sin mala intención, en base a un humor sano e ingenioso, haya tenido que partir como consecuencia de una enfermedad neurológica degenerativa. La irreversibilidad de la muerte nos lega un vacío más hondo que la grieta de un estrepitoso terremoto. Si el Negro Fontanarrosa tuvo que irse tan pronto, será que el mundo sigue viviendo equivocado.

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6 respuestas a El mundo sigue viviendo equivocado

  1. Germán dijo:

    El mundo está equivocado ¬¬

  2. Facu dijo:

    Una pérdida enorme. Yo leo La Nación, pero uno de los pocos atractivos para leer Clarín era la presencia de Fontanarrosa. Que descanse en paz.

  3. val dijo:

    Por lo que veo, no un gran dibujante. Ahora bien, sus tiras cómicas quizá sean de calidad en cuanto a guión. Ya me mostrarás alguna.

    Espero que reflexiones, y dejes tus prejuicios hacia el mundo de las viñetas, te estás perdiendo grandes obras literarias.

  4. eduardo dijo:

    No leía a Fontanarrosa pero por las repercusiones que motivo su muerte, se ve que era un tipo muy querido.

    Lindo homenaje.

  5. dolores dijo:

    cuando me avisaron fue como una patada en el estómago… tristisimo. desde que era una pitufa que me moría de risa con inodoro y mendieta. y el negro estuvo perfecto en su discurso en el congreso de la lengua, un grande de verdad.

  6. Pingback: ¡Ay, Georgie, cómo se nota que vos nunca te subiste al paravalanchas del Monumental! « Vagabundeo resplandeciente

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