Colectivo imaginario

Como todos los lunes, me siento junto a la ventanilla. Abordar el transporte público en la terminal supone la ventaja implícita de elegir dónde uno quiere sentarse, teniendo la inmensidad de un ómnibus semivacío a disposición. En mi caso, siempre enfilo hacia el fondo, preferentemente al costado derecho y sobre la ventanilla. Aunque cuando se viaja durante ciertas horas, es improbable que en alguna parada no ascienda una mujer embarazada o un deshecho señor con bastón, y entonces uno deba gentilmente cederle su asiento, pues todos los que van sentados delante aprovechan para fingir que de repente moran en el país de Morfeo.

Me siento junto a la ventanilla. El repiqueteo de la lluvia golpeando el asfalto no cesa, y los nubarrones de pronto vuelven oscuro el mediodía. No tengo preferencias acentuadas en lo referente a los esporádicos vecinos; solamente me incomodan un tanto (tampoco mucho) aquellos que, por descuido o exceso de kilos, ocupan una parte de mi butaca con su cuerpo. En los viajes de vuelta hacia casa, sobre todo si he padecido muchas horas de clase, suelo aprovechar para dormir, pero ahora voy camino a la universidad, y teniendo en cuenta que el trayecto no es breve, debo buscar algún modo de recreación. Tanteo mi mochila y compruebo que no he traído Frankenstein, el libro que estoy releyendo por estos días. También he dejado olvidado el iPod, pues hoy salí apurado. Entonces por fin alguien ocupa el asiento vacante a mi lado.

No me puedo quejar. Parece ser una universitaria, como yo, y bastante guapa, aunque en un primer instante sólo puedo apreciarla de refilón. Cada pasajero que nos acompaña circunstancialmente en nuestro trayecto significa una incógnita que nos es dada a resolver, pese a que al final del viaje nunca arribemos a una conclusión certera y fundada. De reojo voy mirándola, poco a poco, como construyendo un rompecabezas, ficha por ficha: comienzo por sus zapatos, me detengo en sus uñas, y con todo el disimulo que mi innata torpeza me permite, logro llegar hasta su rostro, una vez que ya han pasado varios minutos desde que se sentó. Quizá por su vestimenta, quizá por su modo de acomodarse, quizá porque desde sus auriculares alcanzo a descifrar una canción de Belle & Sebastian, quizá porque nunca la vi por los pasillos de mi facultad, decido que no es estudiante de Derecho. Como tiene las manos delicadas, podría estudiar enfermería, y entonces deduzco que Cora sería el nombre ideal para ella.

Otras veces he imaginado oficios disparejos para mis acompañantes: un viejo payaso todavía con resabios de maquillaje en su rostro, una suerte de ejecutiva prepotente dando instrucciones a los gritos por el celular, un músico desvalorado yendo a probar suerte en una nueva ciudad, una prostituta que se ocupa de mantener a su marido, un desempleado más. Por lo general, tiendo a conjeturar existencias grises, melancólicas, anodinas. Tal vez sea la fatiga propia de embarcarse una vez más en los angustiosos surcos de la monótona rutina, tal vez sea un vacío más profundo que habita en sus espíritus, pero lo cierto es que infiero existencias grises de rostros pálidos y abatidos, descorazonados quizás. En el ir y venir cotidiano de las personas la desazón se erige en regla, al menos en lo que al transporte público se refiere. Sólo hay que detenerse un instante en sus semblantes.Alguna vez me gustaría poder observarme a mí mismo.

Me pregunto: ¿cuántas existencias pasarán a diario por los asientos que ahora ocupamos Cora y yo? ¿Cuántos atribuirán particularidades imaginarias a sus ocasionales vecinos?

Asimismo, ¿repararán otros en mi presencia, inventarán historias sobre mí? ¿Podría descubrir Cora mis inclinaciones o apetencias simplemente observando las zapatillas que llevo? ¿Sabría lo que estudio concentrándose en mi camisa medio arrugada? ¿Adivinaría los años que tengo a partir de mis facciones? ¿Me creería impulsivo sólo a causa de mi tic de mover constantemente un pie? ¿Podría deducir mi estado de ánimo considerando la expresión de mi rostro? Si me duermo un instante, ¿pensaría que pasé la noche en vela viendo documentales sobre el regreso de los salmones a su lugar de nacimiento para procrear?

La lluvia se ha apaciguado, pero finísimos hilos de agua continúan cayendo casi de forma horizontal. Cora se apresta para levantarse. Estamos frente a la universidad donde se estudia enfermería (entre otra veintena de carreras, claro). Me consuelo: si no acerté, le pegué en el palo. Sin mirarme, se eleva y con pasos graciosos va caminando hasta la puerta del ómnibus, que sigue su camino de todos los días, raudo. La observo desde la ventanilla, pero ella no gira la cabeza. Por fin se pierde, desaparece de mi campo visual. El trayecto casi llega a su final. En menos de cinco minutos la olvidaré, como termino borrando de la memoria a todos mis acompañantes imaginarios. Ahora recuerdo que tengo preocupaciones en que pensar, hoy es día de examen, voy retrasado y estudié menos de lo debido.

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9 respuestas a Colectivo imaginario

  1. Lux dijo:

    Me encantó tu post, ya te veo sentado al fondo del colectivo de individualidades. Pero, ¿a qué se debe tu preferencia sobre el fondo derecho a lado de la ventanilla? Me intriga. Saludos, un beso.

  2. Me ha encantado el post. Cuando viajaba trayectos largos y la lectura no me entretenia lo suficiente, o me habia quedado sin bateria en el mp3, solia inventarme historias de las personas que me acompañaban.

    Creo que deberias escribirlos de vez en cuando porque me ha interesado mucho la historia del payaso y el de la prostituta. Parecen personajes de auster, el primero, y de Miller el segundo.

    Muchos besos

  3. avellanal dijo:

    Lux: tu pregunta me obliga a reflexionar sobre algo que nunca me había puesto a analizar, pues lo de sentarme al fondo, preferentemente sobre la derecha, y al lado de la ventanilla, se transformó en una costumbre automática. No tengo una respuesta medianamente sólida, porque no se trata de una conducta premeditada, aunque supongo que ir atrás conlleva la ventaja de poder apreciar todo el interior del vehículo desde la mejor perspectiva posible.

    Cornflakegirl: ¡muchas gracias! Yo nunca he leído a Auster. ¿Son sombríos sus personajes? Suelo imaginarle vidas desencantadas y tristes a mis acompañantes, y es probable que mis figuraciones no guarden mínima correspondencia con la realidad y solamente sean un espejo de mí mismo. Pero claro, como decía en el texto, no puedo verme ahí dentro, así que les atribuyo tales características a los demás. ¡Quién sabe!

    Gracias por sus comentarios.

  4. padawan dijo:

    Clau, me ha encantado este post… es una manera muy bonita de decir que en el bus te dedicas a mirar a las chicas :) mucho mejor que leer a la Shelley!

  5. kleefeld dijo:

    Clau, cualquier cosa es preferible a leer a Auster, y en esa categoría incluyo el que comparen los textos de uno con los del ganador del Príncipe de Asturias. :-P

    En otro orden de cosas, decir que te he sentido muy cerca cuando leía este post. Se me han ocurrido varias cosas: 1) quizás alguna señorita Cora responda a tus escrutinios y a tus indagaciones con un gesto amable e incluso provocador: ¿qué harías en ese caso?; 2) ¿en la facultad de Derecho quemáis, destrozáis y vomitáis encima de los discos de Belle and Sebastian?; y 3) el título del post, más allá del paralelismo blog-fotolog, me parece bellísimo, muy, muy poético, y gana aún más en relación al texto que acompaña. «Colectivo imaginario». Nunca se me hubiera ocurrido tal relación y me parece espléndida. :-)

  6. instan dijo:

    Me siento muy identificado, yo también mirado alguna vez al resto de pasajeros, sobre todo las chicas, claro, y también he pensado algunas cosas similares a las que comentas. Aunque eso lo hacía cuando viajaba en tren, ahora en los buses ya no tanto, se pierde algo que en los trenes sí se nota. No sé, hay una mayor «conexión» con el resto de la gente, los buses son como más impersonales.

  7. kleefeld dijo:

    ¿Impersonales los buses, instan?
    Tanto el bus como el metro son, para mi nariz, los puntos de encuentro básicos e imprescindibles con todo ese tipo de olores inimaginables e inolvidables que en el día a día y en el contacto directo con la gente uno no llegaría a sentir nunca. Jamás está uno tan cerca de un desconocido como en el metro o el bus. Mejor dicho: jamás está uno tan cerca de la peste de los desconocidos que en el metro o en el bus. ¡Si precisamente estos dos son los medios de transporte menos íntimos y privados – o fríos- que puedan existir! La de culos, piernas y tetas que habré tocado sin querer, y la de veces que me habrán tocado el culo sin que me entere yo (iba a decir: sin pretenderlo, pero estas cosas no suelen suceder por descuido, jaja)!

  8. avellanal dijo:

    Pads: ¡me has pillado, che! ;) Igualmente, releer el célebre libro de la Shelley está siendo una experiencia fascinante.

    Kleefeld: para comenzar, ¿en tiempos remotos tú no caíste seducido ante algún libro de Auster? *-) Con respecto a tus interrogantes, sigamos a Jack el Destripador: 1) en líneas generales, sólo me sacan conversación señoras y señores mayores de sesenta años, que me ven «cara de bueno», y se interesan por algo que estoy leyendo o me consultan sobre las paradas o el trayecto del bus. Por lo tanto, parece que sólo tengo éxito en esa franja de edad. Como no estoy acostumbrado a que ningún desconocido de mi propia edad me hable, y considerando que soy muy tímido como para iniciar una charla, te soy sincero, no tengo ni idea acerca de cómo reaccionaría. Una vez estuve a punto de hablarle a una chica que estaba leyendo «Hojas de hierba» de Walt Whitman, pero resulta que iba en la fila de enfrente, y hubiese tenido que estar a los gritos. 2) No sé si llegan a tales extremos, pero te aseguro que no es la clase de música que escucha el estudiante promedio de esa facultad. Yo vendría a ser una excepción, claro está. 3) Viniendo de una persona que exhala poesía hasta en las construcciones sintácticas más simples, pues se trata de un elogio superlativo.

    Por otro lado, me alegra que mas hayas sentido muy cerca mientras leías el texto, pero espero que no tan cerca como para cometer yo también el improperio de tocarte el culo sin tu autorización, aunque si así hubiese sido, ya veo que ni te enteras. xD

    Instan: cuando estoy en Buenos Aires, me manejo exclusivamente en el metro, y si bien allí uno se topa con mayor heterogeneidad social, con personajes más variopintos, al ser relativamente breves los recorridos, al estar entrando y bajando gente cada dos minutos, renovándose así el vagón, esta clase de exanimaciones, al menos en lo que a mí respecta, pierden en el rastreo de ciertos detalles y peculiaridades que sí puedo encontrar si comparto un viaje de casi una hora con otra persona.

    Bueno, dejo de escribir. Creo que me excedí.

  9. thermidor dijo:

    De alguna forma hemos de entretenernos en la soledad, es algo que el ser humano aprende con pocos meses de edad. Y cada cual tiene sus mecanismos.

    Yo he simulado en más de una ocasión el estar escuchando música, aprovechandome de la guardia baja de mis acompañantes para escuchar sus conversaciones. Es un ejercicio apasionante, reconstruir la existencia de esas personas a través de unas frases sueltas. Y como dices tú, también a través de un rostro, una vestimenta y el más nimio de los detalles.

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