Fondo y forma: dos modos de la posteridad flaubertiana

Remarca Vargas Llosa el surgimiento de una extrañísima contraposición en torno a Flaubert. Nadie temería equivocarse al señalar que dos de los mayores desvelos que aquejaban al francés eran: a) la reivindicación de todo aquello que no era necesariamente sublime ni atroz; b) el cuidado obsesivo de la forma. Tanto en Madame Bovary como en obras venideras, estos aspectos adquieren a las claras un carácter indisociable. Sin embargo, y aunque apreciado en perspectiva histórica hasta parezca un disparate (de ningún modo lo es), quienes se consideraban los discípulos de Flaubert, desmembrarían esas preocupaciones y, de un lado y del otro, las llevarían al límite de convertirlas en incompatibles. Dicho de otro modo, los escritores que veían un faro de Alejandría en el autor de La educación sentimental, a su vez se enemistarían entre sí, dando origen a una combativa descendencia flaubertiana que libraría duras batallas –desde posiciones irreconciliables– con el fin de conferirse el justo título de herederos únicos de Gustave Flaubert.

A diferencia de lo que sucedía en novelas emblemáticas del romanticismo, como Nuestra Señora de París, en la que el tándem Esmeralda-Quasimodo se posicionaba como la acabada representación de valores extremos y antagónicos (belleza y fealdad), Flaubert comprendió que debía retratar –quizá después de aquella reveladora lectura a sus amigos Du Camp y Bouilhet– un aspecto intermedio de la vida que no subiese hasta los dominios de lo excelso ni se precipitase a los abismos de la monstruosidad. La cotidianeidad está compuesta por un porcentaje abrumador de seres que no encajan en los arquetipos de la novela romántica, seres que crecen, se desarrollan y mueren envueltos en una escala de grises, con leves matices compensatorios, pero que de ningún modo alcanzan la extraordinaria polaridad de monstruos y héroes. La experiencia humana se ve legítimamente representada cuando nada es tan revulsivo ni tan sublime.  En ese sentido, Madame Bovary es una novela que describe (como pocas) la existencia chata y mediocre de unas personas sin mayores cualidades descomunales; se trata de un universo construido a base de menudencias, miserias, dobleces y sueños vulgares.

Vargas Llosa no duda en señalar que la inauguración de la novela contemporánea atribuida a la obra más famosa de Flaubert está dada en gran medida por esta conversión de lo anodino y plomizo en la materia central de lo novelesco. La mediocridad instituyente es entendida como una curva progresiva que desplaza, no de un plumazo, pero sí a través de un anegamiento sistemático, a los ya inconcebibles héroes del pasado, quitándoles todo ápice de grandeza,  reduciéndolos, hasta convertirlos en los frágiles hombrecillos de Kafka. Un cultor de la épica como Borges, había expresado en una conferencia durante 1967: Uno siente casi la tentación de considerar la novela como una degeneración de la épica, a pesar de autores como Joseph Conrad o Herman Melville. (…) La diferencia radica en el hecho de que lo importante para la épica es el héroe: un hombre que es un modelo para todos los hombres. Mientras que la esencia de la mayoría de las novelas radica en el fracaso de un hombre, en la degeneración del personaje.

Al entender que era necesario construir una narrativa basada en la “normalidad”, Flaubert se halló ante la ardua misión de volver bello lo que a priori aparecía en las antípodas de la hermosura, en el seno de lo antiartístico. Y entonces se valió de la forma, percibiendo –lo que hoy en día nos resulta una obviedad– que ningún tema es bueno o malo en sí mismo, sino que todo depende en última instancia del tratamiento que se le confiera. Así lo explica Vargas Llosa: Se trata de lograr esta simbiosis: dar vida, mediante un arte depurado y exquisito (“aristocrático” decía Flaubert), a la vulgaridad, a las experiencias más compartidas de los hombres. Elevando la prosa narrativa, a través del escrupuloso dominio de la forma, hasta una categoría artística anteriormente inalcanzable,  Flaubert consiguió un milagro: que la vulgaridad propia de Emma Bovary se rozara con la épica de la que nos hablaba Borges, con las historias de Troya, de Ulises o de Jesús y su magnificencia inherente.

Y así llegamos, otra vez, a la paradoja inicial: la absorbente pasión estética desarrollada con métodos en extremo precisos, que valoramos en Madame Bovary, fue objeto de admiración por parte de excelsos escritores, como Henry James, que, sin embargo, olvidaban o negaban el aspecto de la existencia grisácea y ordinaria incorporada como eje temático a la novela. En consecuencia, declaraban a Flaubert como su máxima referencia por motivos exactamente opuestos a los de Zola, Daudet, Maupassant y otros autores naturalistas. ¿No decía Borges acaso que cada escritor crea  a su imagen y semejanza a sus propios precursores?

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8 respuestas a Fondo y forma: dos modos de la posteridad flaubertiana

  1. Facu dijo:

    Hace bastante que Borges viene perdiendo protagonismo en este blog ante la figura en ascenso de monsieur Flaubert. Igualmente siempre te las arreglás para introducirlo, aunque sea de refilón. Yo no leí ni Madame Bovary ni El Quijote, así que poco tengo que decir.

  2. Benjamín dijo:

    Leyendo las últimas entradas y la columnita de los libros que llevás en el año, no hay que ser adivino para interpretar que, una vez más, Vargas Llosa te embelesó. ¿O habrá sido Flaubert, años después? Los dos caminos son excitantes.

    Intuyo que lo das por descontado, pero aunque no pronunciándose de forma abierta al respecto, soy de la idea que el buen Gustave, si lo pusiéramos en la disyuntiva, se inclinaría por los formalistas, por la estirpe esteticista (¡por Proust!). Bueno, de hecho se horrorizó con muchas novelas naturalistas por el descuido con que estaban escritas, ¿verdad?

    Hasta que algún remoto día decida hacerme mi propia bitácora (juajuajua, ¡hay que evitar anglicismos innecesarios me dice mi profesor, che!), no seré capaz de pedir otra contraprestación que tus cappuccinos por mis irrelevantes comentarios.

    ¿Para cuándo algunas impresiones sobre la novela de nuestra pobre feminista austríaca?

  3. avellanal dijo:

    Facu: Borges es la conciencia omnipresente de este blog. Y eso no cambiará jamás. ;) ¡Hay que vencer los prejuicios para con el Quijote! Pocas lecturas hay más placenteras que sus andanzas.

    Benja: creo que los dos caminos se han entrecruzado, dando como resultado una alquimia irresistible. Igualmente, ya tengo una novela de Vargas Llosa («Travesuras de la niña mala») preparada para cuando las otras lecturas me den un suspiro.

    En cuanto a tu interesante acotación, soy de una opinión similar, sobre todo considerando que los naturalistas, en líneas generales, concebían unas formas repetidas y decididamente muy pobres, para prestarle excesiva atención tan sólo a la descripción de lo social. Y Flaubert demostró que esa disyuntiva un tanto innecesaria podía ser zanjada desde el mismo momento en que una cosa no excluye la otra.

    Jajaja, los cappuccinos siempre están a la orden del día en mi vida, ya lo sabés. (Y tu profesora te enseñará a evitar anglicismos, pero no italianismos, eh). ;)

    No tenía pensado escribir nada sobre «La pianista» (en gran medida a causa de este descomunal arranque flaubertiano que me ha dado). Pero quizás para más adelante intente algo. :)

  4. Ibán dijo:

    Es verdad que en Madame Bovary se impone lo mediocre, pero lo sublime sí aparece, precisamente como fantasma inalcanzable, es decir, los personajes lo buscan perpetuamente pero al final sólo les queda la medianía que son ellos mismos… ninguna experiencia de Emma, por más que ella lo intenta, logra ajustarse al amor de novela romántica, siempre hay algo sórdido, cutre.

  5. itaqua dijo:

    Es posible que Flaubert y Kafka fueran los únicos que supieron conjurar en el absoluto rigor del método de la escritura, en una forma, la total imposibilidad de construir un método que contenga la realidad en un único horizonte de sentido. De esta imposibilidad Flaubert nos ha dejado dos textos simétricos, que también iluminan todo el resto de su obra. Se trata de «Salambó» (y, en filigrana, «La tentación de San Antonio») y de «Bouvard et Pécuchet» (que concluye «La educación sentimental»), libros hechos literalmente de restos y de citas, irremediablemente fragmentarios e irreconponibles en un cuadro unitario y orgánico. Con «Salambó» Flaubert se dirige al pasado, en el i ntento de reconstruir Cartago, y no descubre otra cosa que ruinas, muerte, crueldad. Con «Bouvard et Pécuchet» se dirige al presente, y también aquí solo aparecen ruinas, estupideces, insensateces, no menos irredimibles que los restos del pasado, no menos oscuras, injustificadas, incomprensibles; un paisaje que sólo puede ser atravesado por una risa demoníaca, también disgregadora y destructiva. En cierto modo, con Flaubert nos hallamos ante el terror sin nombre. Frente a un paisaje indescriptible, como el oscuro y amenazador laberinto de un bosque… «Irregularidades, sucesiones, precipitaciones, intermitencias, colisión de cosas y de acontecimientos… puntos de silencio abisales…, surcos y tierras vírgenes» (1).

    (1) La cita es de Robert Musil.

  6. itaqua dijo:

    Pero bueno… ¿pendiente de moderación… yo? Yo nunca he sido moderado, já, publicaré una foto desnudo en tu vagabundeo o tuya que, para el caso, sería la misma, de acuerdo con Poe, Hoffman, Hawthorne, Joseph Conrad, Stevenson y muchos más. En fin, supongo, primo, que habrás descubierto la sempiterna presencia de Borges en el texto intencionadamente laberíntico y en la mención a los mismos. «Lo que decimos y hacemos, rara vez es lo que somos». J.L. Borges.
    Pues eso.
    xDDD

  7. avellanal dijo:

    Queridísimo primo: ¡qué deseos más irrefrenables de ir corriendo a una librería, coger “Salambó” de sus anaqueles, e internarme de inmediato en sus páginas! No te imaginas el entusiasmo y las ganas que tu texto me inspiran.

    Jajaja, tú nunca has sido moderado y espero que jamás lo seas en el futuro. Eso de la pendencia de moderación es una opción que tiene este sistema de alojamiento de blogs, por el cual cuando uno deja un comentario por primera vez, éste necesita ser validado por el administrador del blog, y a partir de ahí ya no se necesita moderación alguna y se pueden dejar tantos comentarios como a cada uno le venga en gana. Así que si un día quieres poner una foto haciendo gala de tus esculturales formas físicas, en este vagabundeo -como tú le llamas- no habrá nadie que te censure, sino todo lo contrario, so guarro. Y sí, es que al fin y al cabo, desde el más allá, Borges siempre se las arregla para colarse en todos los resquicios imaginables de nuestras vidas.

  8. itaqua dijo:

    Juasss, ya veremos, ya veremos, pues el uso de las palabras acerca o aleja a los hombres, voluntaria o involuntariamente, como figuras en el espejo que pueden reconocerse o todo lo contrario. Existen entre nosotros afinidades electivas y selectivas, algo que haría disfrutar mucho a Goéthe o, quízás, rizando el rizo y adentrándome en terrenos resbaladizos como el campo unificado, las supercuerdas y el todo está conectado, relacionado e interrelacionado… juassss: Serían las fuentes de la similitud de Leopardi que se remontan a Plotino y tal vez Platón y, más cerca, Eckhardt cuando escribió: «Si la imagen por la cual se conoce la cosa fuera diversa a la cosa misma, jamás por ella y en ella se conocería. Si después la imagen fuera totalmente indiferenciada de la cosa, no serviría en absoluto para el conocimiento. Y por ello es necesario que sean unum y no unus»…
    Creo que la fuente de Eckhardt es Agustín de Hipona cuando afronta, quizá en primer lugar, un discurso completo y orgánico alrededor de un saber de la imagen y de la similitud o figura que de una forma subliminal perseguiría a Poe, Joseph Conrad, Stevenson, Borges… etc. de forma laberíntica sin necesidad de desdoblamiento, aceptando con diversos estímulos el alter ego… «Similitudo enim est unum in duobus»… toma latinajos y menudo desafío cognitivo… ahí es nada… en fin.

    Imagen, figuras, espejos, similitudes, laberintos… Borges amaba todo ésto …

    » Hemos encontrado muchas respuestas alambicadas, pero he olvidado la más sencilla: que los dos puedan tener la intención y la capacidad de entender sus peripecias sólo como una figura. Basta pensar que cada figura tiene dos sentidos para la razón. Quien considera el mundo solo como una figura, podría, pues, vivir como una experiencia unívoca, según la propia medida, lo que tiene, por el contrario, dos sentidos según la medida del mundo…

    De una figura también se dice que es una imagen. Y también de una imagen se podría decir que es una figura, pero ninguna de las dos es una igualdad, se puede explicar la fuerza de sustitución, el efecto imponente, de imitaciones oscuras y poco semejantes… »
    ROBERT MUSIL «El hombre sin atributos»

    Por lo que puede ser fascinante o todo lo contrario, como en Poe… etc.

    Que sí, que sí, que todo es muy alambicado y toda la movida, pero el conocimiento es un desafío… ahí es nada.

    ´¿Que qué tiene que ver todo esto con Flaubert y con nuestro conocimiento? Pues… todo… todo está conectado y el todo es mayor que la suma de sus partes. Pues eso xDDDD.

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